miércoles, 12 de febrero de 2014

San Valentín, cuentos de amor y amistad... (9)

MADRE OLVIDADA
Copyright 2012 José Luis Parra
Publicado en Wattpad por el autor.

Abro los ojos a un nuevo día con la misma sensación contenida desde hace décadas, con la esperanza de que me sigan recordando, que sepan que todavía estoy aquí, apagándome lentamente, en silencio, sin que nadie se haga eco de mis dolencias, pues ya nadie me escucha, ya nadie me entiende, ya nadie me estima. ¿Tan desmesurado es pedir un poco de consideración? ¿Tal ha sido mi pecado para recibir este castigo? ¿Pecado? Aún trato de evocar cuándo mordí la manzana prohibida. Son largos años los que albergo en mis entrañas y quizás padezca de falta de memoria pero no para olvidar algo que, al parecer, está marcando mi existencia. Aunque si nadie es capaz de almacenar en la memoria sus errores, mucho menos reconocerlos y quizás ahí se encuentre mi dilema.

Cierro los ojos a una nueva noche con más dolor que la anterior, pero sin conciliar sueño alguno, sólo pliego mis párpados para evitar ver la tragedia, la ansiedad, la soledad. Realmente no hay una gran diferencia entre el día y la noche, el contraste cada vez es menor. Vivo y muero a cada instante, pestañeo a cada instante. Son simples guiños que articulo con la ilusión puesta en que en alguno de ellos consiga arrastrar y purgar esas motas de maldad y pesar, las cuales, intentando autoconvencerme, están ahí y codicio expulsar en algún amanecer volviendo a entrar el esplendor de una nueva Era, una conducta gobernada por la comprensión y la atención mutua.

Antes todo era distinto. Desde el día en que los vi nacer procuré ser la mejor madre posible, luché para que no les faltara alimento, para que siempre pudieran saciar su sed. Desde el principio, cuando aún sus diminutos ojos permanecían cerrados y ya exigían continuos cuidados, no hice otra cosa que mover cielo, tierra e incluso aire si era necesario, para satisfacer todas sus necesidades, para impedir que, por algún descuido, enfermasen más de lo naturalmente establecido. Me entusiasmé cuando chapurrearon sus primeros balbuceos, cuando pronunciaron "papá" lo sentí como si esa palabra fuera dirigida a mí, cuando pronunciaron "mamá" también.

Viví su crecimiento bajo mi absoluta supervisión, evitando que a esas criaturas nacidas de mi ser les ocurriese cualquier infeliz accidente. Eran mis pequeños, mis dulces niños, sólo podía desearles felicidad. Cada día me esforzaba en inculcarles buenos valores morales hacia las personas, hacia los animales, hacia la naturaleza. "Sembrad y recogeréis", "ofreced y recibiréis", "respetad y seréis respetados". Esas iniciales primaveras en su desarrollo fueron las más fáciles de conducir. Confiaban ciegamente en mí sabiendo que yo nunca les defraudaría y que eternamente estaría dispuesta a darles cuanto necesitaran. Fueron creciendo y al alcanzar la pubertad comenzaron sus, cada vez más, inquietudes, ya no se conformaban con lo que les enseñaba, ya lo cuestionaba, lo juzgaban, recelaban de todo y en su rebeldía creían conocer más verdad que la mostrada. En esa época no tenía sentido contradecirles, lo mejor que podía hacer, al menos eso creía al parecer equivocadamente, era entregarles alternativas, pistas para que ellos entendieran las cosas tal y como yo las consideraba más correctas. Me encomendaba a la idea de que en un momento avanzado así lo recordarían, me lo agradecerían, y aprenderían a cuidar de mí al menos la mitad de como yo lo hice por ellos.

Poco a poco fui percibiendo un mayor distanciamiento pensando que, seguramente, era normal, era Ley de Vida. Comprendía que necesitaban su espacio privado, que lo que hacían no era con maldad, teniendo en mente en cada momento un bien común, un bien presente y futuro. Me equivoqué. No lo vi venir, o no quise verlo. Tal vez pude haberlo detenido, haberlo desviado, tal vez mi amor por ellos me cegó de tal modo que no me permitió determinar en lo que acontecería tiempo después, tiempo actual en el que ya sólo puedo esperar, aguantar como mejor o peor pueda y dejarme llevar resignada hasta mi agónico desenlace, sola, aislada, abandonada.

Siento un vacío tan inmenso que difícilmente puedo llorar, que los antes ríos de lágrimas se han convertido en simples arroyuelos que esquivan mi piel quemada, seca y agrietada, a la cual apenas le queda cabellera ni ligero vello que cubra las zonas más delicadas de su contorno, pelaje arrancado de raíz por rabia o calcinado por la sinrazón. A mis pulmones les cuesta respirar de tanto desprecio inhalado, cada vez me irritan más los rayos del Sol, el mismo que antaño enriquecía mi propia esencia con solo sentir su cálido tacto, ahora me hiere, me lastima, me deteriora. Mi cuerpo se ha ido cubriendo de cicatrices, algunas llegaría a considerar justificadas, otras menos y que no son más que duros y secos senderos atezados que conectan las pocas zonas vivas que continúan resistiendo a mi desgaste.

¿Por qué se comportan así? Yo que se lo he dado todo, les di la savia para nacer, la luz para guiarse, el aire para respirar,  los pasos sobre los que caminar, y ésta es la recompensa que obtengo.

Me apena profundamente no haberles inculcado con suficiencia su papel en mi vida, haciéndoles entender que ellos no son los únicos a los que prestar la atención, que son sólo una fracción de todos mis hijos, y que no es sólo el daño que me hacen a mí, es el que le están haciendo a sus hermanos. Cada planta, cada árbol, cada animal, cada río, cada mar, cada pizca de tierra, cada átomo de oxígeno. Todos, absolutamente todos sufren las consecuencias de sus acciones, de sus excentricidades, de su falta de respeto, de su inconsciencia, de su imprudencia, de su carencia de ética, de su inmoralidad, de sus corazones negros, de sus mentes corruptas y ansiosas de riqueza y poder sin escrúpulos. Siento que se me acaba el tiempo, pero no estoy tan afligida por mí como por el resto de criaturas y seres que cobijo bajo mi deteriorada protección, pues todos morirán conmigo sin haber tenido nada que ver, sin ni siquiera ser capaces de defenderse de tan despiadada situación, sin una mínima opción de permitirles cambiar o luchar. Consternada porque ni mis devastadores retoños entienden que ellos mismos se quedarán vacíos, que no habrá un futuro para quienes están llegando, novicios e ignorantes del estado actual en que se encuentra su Madre Naturaleza y que no verán prosperar.

Quizás sea ingenua, quizás me apoye en la Fe, en mi propia Fe, quizás toda mi esperanza se base únicamente en el fervor deseo de que mi sueño se torne realidad y los humanos, mis creaciones más indomables, den un giro en sus corazones y me ayuden a reconstruir todo aquello que han destruido, porque sin su ayuda jamás lo conseguiré, sin mi ayuda jamás lo conseguirán.

Sólo por si acaso aún no es demasiado tarde y levantan sutilmente las vendas que cubren sus ojos, si retiran los tapones que bloquean sus oídos, si se dignan a girar su mirada una última vez, si aún me recuerdan lo más mínimo, me gustaría dedicar mi último aliento en preguntarles: ¿Vais a permitirme morir? ¿Vais a dejar perecer de esta forma a vuestra Madre, a la Madre de todos, a la Madre de todo?
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Envíado por José Luis Parra
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martes, 11 de febrero de 2014

San Valentín, cuentos de amor y amistad... (8)

 LA COMETA QUE VOLÓ MUY ALTO
Copyright 2001 Estrella Cardona Gamio
Publicado en Badosa.com, Colección Juve, marzo 2002 http://badosa.com/n138

Érase una vez una cometa que voló tan alto, tan alto, que llegó hasta el mismo Sol, y el Sol, que se encontraba aburrido como siempre -¡es que resulta de lo más soso estar solo en el cielo viendo eternamente girar y girar a los planetas en torno de uno como si de un tiovivo se tratara!- entreabrió un ojo porque se había medio adormilado, y contempló a la insignificante cometa meciéndose delante de él como una mota de polvo, ¿qué digo una mota de polvo?, ¡menos todavía que una mota de polvo!

-¿Quién eres tú? -preguntó con perplejidad ya que nunca, en sus cuatro mil millones de años de existencia, se le había acercado algo tan diminuto y singular.

-Soy una cometa -replicó ella muy satisfecha de su condición.

-¿Un cometa?... Tú no eres un cometa, yo conozco muy bien a los cometas, parecen estrellas fugaces y son luminosos, tú eres muy rara y además no brillas... O sea, no eres un cometa.

-¡Claro que no soy un cometa! -se enfadó ella-, ¡lo que yo soy es una cometa, que es algo muy diferente!

El Sol se quedó pensativo. "¿Será que me vuelvo viejo y empiezo a confundirme?", se dijo para sus adentros, pero claro, no iba a demostrar que él podía equivocarse y mucho menos frente a una minúscula cosa que decía ser una cometa. Entonces el Sol frunció el ceño y, fingiendo que estaba sumido en hondas e inteligentes reflexiones, preguntó con aires de profesor:

-Veamos, veamos, ¿de dónde vienes una cometa?

La cometa, ligera, construida con papeles de alegre colorido, y con una cola muy larga que flotaba graciosamente escoltándola, chilló:

-¡No soy una cometa, soy una cometa!

-Eso mismo estoy diciendo.

-Bueno -la cometa se hubiera encogido de hombros de haberlos tenido—, da igual, no tengo ganas de discutir... Vengo de la Tierra.

-¿La Tierra?... ¡Ah, sí, el tercer planeta!... ¡Es tan insignificante!...

A la cometa escuchar aquello le sentó bastante mal, porque para ella la Tierra no era insignificante.

-Yo nací en la Tierra y es grande y hermosa.

El Sol la contempló con superioridad.

-No me extraña que digas eso, porque viéndote a ti...

-¿Sabes que por muy Sol que seas eres un grandísimo maleducado? -le replicó la cometa verdaderamente enfadada.

-Naturalmente que soy grandísimo, ¿es que no te has dado cuenta aún de que estás hablando con el Sol? -dijo él vanidoso-, y a mí me está permitido todo, porque sin mí los planetas no tendrían en torno de quien girar, y, pobrecillos, ¿qué iban a hacer entonces?

La cometa, que llevaba pintada una cara muy cómica, le miró enfadadísima.

-Te crees importante, ¿no?

-Lo soy.

-¿Por qué?

-Si yo fuese una maleta, todos los demás planetas de este sistema cabrían dentro de mí, y todavía habría espacio para muchos más, ¿te parece poco?

La cometa frunció el ceño.

-¿Sabes una cosa?

-¿Qué?

-No eres tan grande.

El Sol se irritó mucho y lanzó imponentes llamaradas en todas direcciones menos en una que era en donde se hallaba la cometa, porque si no la hubiese chamuscado.

-¿Cómo que no soy tan grande? ¿Es que eres corta de vista?

-No, no soy corta de vista, al contrario, veo perfectamente.

-¡Pues no se nota!

-Te vuelves a equivocar.

-¡Yo no me equivoco jamás!

-Eso te lo crees tú.

-¡A ver, demuéstramelo!

-¡Claro que voy a demostrártelo!

-¿Cómo?

-Muy fácil, si en lugar de estarte siempre en el mismo sitio, te dignases visitar a tus vecinos de tanto en tanto, podrías saber muchas cosas.

-¡Yo no puedo ir de visiteo como un vulgar meteorito, ¿por quién me has tomado?!

-Por un necio orgulloso.

El Sol, de amarillo, se puso rojo de indignación.

-¡Eres, eres...!

-Soy una cometa y procedo de la Tierra, esa que tú llamas el tercer planeta con tanto desprecio, y, mira lo que te digo, ¡so vanidoso!, desde la Tierra no se te ve tan grande, en realidad no se te ve nada grande, se te ve pequeñajo, pequeñajo, tan pequeñajo que hasta un satélite como nuestra Luna, ¿sabes de quién hablo?, te puede oscurecer totalmente, y, peor todavía para ti, incluso una pequeña nube puede cubrir tu cara borrándote del cielo... ¿Quieres decirme ahora dónde está esa grandeza que te llena de soberbia?

El Sol estaba bizco de ira, quiso decir algo y no le salieron las palabras; la cometa sonrió burlona.

-Bueno, ¿qué pasa, se te comió la lengua el gato?

-¡Mira que si me apago -consiguió balbucear por fin el Sol con acento amenazador-, si me apago os dejo a oscuras para siempre!

-No lo harás, si te apagaras nadie te vería y eso no ibas a poder soportarlo.

El Sol estaba recobrando su hermoso color amarillo pero seguía enfurruñado ante la insolencia de la pequeña cometa.

-¿Sabes una cosa?, yo no estoy aquí colocado para escuchar tus tonterías precisamente, o sea que déjame tranquilo.

-¡Adiós! -exclamó muy decidida la cometa.

El Sol, que no se esperaba semejante reacción, se mostró la mar de sorprendido.

-¿Cómo adiós, acabas de llegar y ya te vas?

La cometa entonces, empezó a alejarse balanceándose para coger impulso, y sus adornos de papel se agitaron igual que los pañuelos en una despedida.

-¿No me has dicho que te deje tranquilo?

-¡Era una forma de hablar! -exclamó el Sol muy dolido pero ella siguió alejándose mientras le guiñaba un ojo con malicia.

-¡Eh, oye, espera, no te vayas! -rogó el Sol descendiendo de su pedestal de orgullo, y, verdaderamente, fue un enorme esfuerzo el hacerlo.

-¿Para qué voy a quedarme si procedo de un planeta tan insignificante y poco digno de tu interés?

El Sol permaneció un ratito callado, pero luego se rindió sin condiciones.

-Me haces compañía... y me entretienes, ¡es tan triste estar aquí siempre, el centro de todo y más solo que la una!...

-¡Vaya!, así que ahora yo soy el payaso que te divierte, ¿no es eso?

El Sol repuso humilde:

-Perdona, no lo he dicho para ofender, de veras... Quédate un poquito más, por favor...

¿Qué repuso la cometa al oír aquello? Pues fingió meditarlo durante unos instantes, más que nada para que el Sol no se creyera que sus ruegos eran órdenes, porque visto estaba que el Sol era un mandón, y después, como tenía un corazoncito bueno y compasivo, no se quedó un poco más, sino mucho, mucho, mucho tiempo, tanto que aún está allá arriba, con el Sol, haciéndole compañía.

¿No la habéis visto nunca?

Claro que siendo tan chiquitita, tan chiquitita, no resulta extraño. Ahora no os sintáis defraudados, tampoco ningún astrónomo de la Tierra ha podido descubrirla todavía, y ellos no saben que existe... ¡pero vosotros sí!
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Envíado por Estrella Cardona Gamio
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lunes, 10 de febrero de 2014

San Valentín, cuentos de amor y amistad... (7)

LAS LÁGRIMAS DE UN DEFINITIVO ADIÓS
Copyrihgt 2012  María del Pino

Incluido en el libro: Relatos Profanos

Avanzó hasta el borde de la carretera y tiró el paraguas al suelo. La lágrima de una nube gris acarició su piel en mitad de aquel lluvioso día de otoño. Con el agua que emanaba del cielo y caía sobre sus mejillas, él trató de aliviar la enorme tristeza que sentía al ver que, ante sus ojos, cruzabas el verde semáforo y partías para siempre.

Tembló, ansioso, melancólico... No quería llorar, pero tu adiós le oprimía el pecho. Se resquebrajó por dentro. No podía dejar de pensar en ti, y eso que aun te veía a escasos metros.

Tu última caricia le vino a la mente, estremeciéndole el alma y adentrando en su corazón. No te dejó marchar. No quiso. Te retuvo entre sus brazos minutos antes, esperando tu perdón. Sin embargo, te fuiste de su lado porque creíste que te había olvidado. Le abandonaste, dándote media vuelta, bajo la inestable y continua llovizna que azoraba el ambiente, dejándolo mojado por las gotas de lluvia y las lágrimas que sentía como ardientes arañazos fundiéndose con su piel.

Una taciturna y entrecortada llamada azotó tu espalda cuando ya te hallabas casi al otro lado del semáforo, avanzando en dirección contraria a la suya y alejándote más de su mirada. Te paraste en seco. Simplemente te pedía una oportunidad y tú querías dársela. Sufrías por la lejanía que tú misma habías interpuesto entre ambos.

Una vez más, rogaba e imploraba tu perdón. Se disculpaba por no haberte sabido escuchar, por haberse comportado como un ser egoísta y sólo haber pensado en su trabajo y en nada más...

Con la voz ahogada, desde el otro lado del rojo semáforo, susurró tímidamente el comienzo de vuestra canción favorita. Aquella melodía con la que te ofreció bailar. Aquélla con la que te besó por primera vez.

Con el semáforo luciendo el color verde esperanza e iluminando tus aguadas pupilas, tu latido se detuvo. Al mismo tiempo, tu cuerpo convulsionó ante la añoranza de todos aquellos felices años de amor. Sabías que no podías vivir sin él. No podías dejarlo atrás. Tu vida estaba conectada con la suya, y jamás lo podrías, o querrías, olvidar.

Vacilando, te giraste lentamente mientras recordabas el contacto de sus labios. Mientras te hablaba con el alma abierta, expresaba sus sentimientos. Como antaño, sus ojos embaucaron a los tuyos. Los viejos tiempos asaltaron tu mente. Incluso rememoraste el momento en el que tú eras lo más importante en su vida y el trabajo no lo era todo. Vuestras pieles sensibles, por la falta de contacto, lloraban la ausencia del espacio que os separó su ascenso. La angustia afloraba a cada palabra de remordimiento. Olvidaste lo malo y le sonreíste con la verde esperanza del semáforo que os iluminaba, y sin saber que estaba a punto de expirar.

Ya lo habías perdonado. Supiste que le darías una nueva oportunidad al ver su sonrisa. Él también lo vio en tus ojos, por lo que, sin pensarlo, dio un paso hacia delante para cruzar y acortar así vuestra infinita lejanía, dejándose la vida en el semáforo, bajo la roja luz que le sorprendió y las lágrimas de un definitivo adiós.
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Envíado por María del Pino
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domingo, 9 de febrero de 2014

San Valentín, cuentos de amor y amistad... (6)

EL VIAJERO 
por Emilia Pardo Bazán - Cuentos de amor

Fría, glacial era la noche. El viento silbaba medroso y airado, la lluvia caía tenaz, ya en ráfagas, ya en fuertes chaparrones; y las dos o tres veces que Marta se había atrevido a acercarse a su ventana por ver si aplacaba la tempestad, la deslumbró la cárdena luz de un relámpago y la horrorizó el rimbombar del trueno, tan encima de su cabeza, que parecía echar abajo la casa.

Al punto en que con más furia se desencadenaban los elementos, oyó Marta distintamente que llamaban a su puerta, y percibió un acento plañidero y apremiante que la instaba a abrir. Sin duda que la prudencia aconsejaba a Marta desoírlo, pues en noche tan espantosa, cuando ningún vecino honrado se atreve a echarse a la calle, sólo los malhechores y los perdidos libertinos son capaces de arrostrar viento y lluvia en busca de aventuras y presa. Marta debió de haber reflexionado que el que posee un hogar, fuego en él, y a su lado una madre, una hermana, una esposa que le consuele, no sale en el mes de enero y con una tormenta desatada, ni llama a puertas ajenas, ni turba la tranquilidad de las doncellas honestas y recogidas. Mas la reflexión, persona dignísima y muy señora mía, tiene el maldito vicio de llegar retrasada, por lo cual sólo sirve para amargar gustos y adobar remordimientos. La reflexión de Marta se había quedado zaguera, según costumbre, y el impulso de la piedad, el primero que salta en el corazón de la mujer, hizo que la doncella, al través del postigo, preguntase compadecida:

-¿Quién llama?

Voz de tenor dulce y vibrante respondió en tono persuasivo:

-Un viajero.

Y la bienaventurada de Marta, sin meterse en más averiguaciones, quitó la tranca, descorrió el cerrojo y dio vuelta a la llave, movida por el encanto de aquella voz tan vibrante y tan dulce.

Entró el viajero, saludando cortésmente; y sacudiendo con gentil desembarazo el chambergo, cuyas plumas goteaban, y desembozándose la capa, empapada por la lluvia, agradeció la hospitalidad y tomó asiento cerca de la lumbre, bien encendida por Marta. Esta apenas se atrevía a mirarle, porque en aquel punto la consabida tardía reflexión empezaba a hacer de las suyas, y Marta comprendía que dar asilo al primero que llama es ligereza notoria. Con todo, aun sin decidirse a levantar los ojos, vio de soslayo que su huésped era mozo y de buen talle, descolorido, rubio, cara linda y triste, aire de señor, acostumbrado al mando y a ocupar alto puesto. Sintióse Marta encogida y llena de confusión, aunque el viajero se mostraba reconocido y le decía cosas halagüeñas, que por el hechizo de la voz lo parecían más; y a fin de disimular su turbación, se dio prisa a servir la cena y ofrecer al viajero el mejor cuarto de la casa, donde se recogiese a dormir.

Asustada de su propia indiscreta conducta, Marta no pudo conciliar el sueño en toda la noche, esperando con impaciencia que rayase el alba para que se ausentase el huésped. Y sucedió que éste, cuando bajó, ya descansado y sonriente, a tomar el desayuno, nada habló de marcharse, ni tampoco a la hora de comer, ni menos por la tarde; y Marta, entretenida y embelesada con su labia y sus paliques, no tuvo valor para decirle que ella no era mesonera de oficio.

Corrieron semanas, pasaron meses, y en casa de Marta no había más dueño ni más amo que aquel viajero a quien en una noche tempestuosa tuvo la imprevisión de acoger. Él mandaba, y Marta obedecía, sumisa, muda, veloz como el pensamiento.

No creáis por eso que Marta era propiamente feliz. Al contrario, vivía en continua zozobra y pena. He calificado de amo al viajero, y tirano debí llamarle, pues sus caprichos despóticos y su inconstante humor traían a Marta medio loca. Al principio, el viajero parecía obediente, afectuoso, zalamero, humilde; pero fue creciéndose y tomando fueros, hasta no haber quien le soportase. Lo peor de todo era que nunca podía Marta adivinarle el deseo ni precaverle la desazón: sin motivo ni causa, cuando menos debía temerse o esperarse, estaba frenético o contentísimo, pasando, en menos que se dice, del enojo al halago y de la risa a la rabia. Padecía arrebatos de furor y berrinches injustos e insensatos, que a los dos minutos se convertían en transportes de cariño y en placideces angelicales; ya se emperraba como un chico, ya se desesperaba como un hombre; ya hartaba a Marta de improperios, ya le prodigaba los nombres más dulces y las ternezas más rendidas.

Sus extravagancias eran a veces tan insufribles, que Marta, con los nervios de punta, el alma de través y el corazón a dos dedos de la boca, maldecía el fatal momento en que dio acogida a su terrible huésped. Lo malo es que cuando justamente Marta, apurada la paciencia, iba a saltar y a sacudir el yugo, no parece sino que él lo adivinaba, y pedía perdón con una sinceridad y una gracia de chiquillo, por lo cual Marta no sólo olvidaba instantáneamente sus agravios, sino que, por el exquisito goce de perdonar, sufriría tres veces las pasadas desazones.

¡Que en olvido las tenía puestas.... cuando el huésped, a medias palabras y con precauciones y rodeos, anunció que «ya» había llegado la ocasión de su partida! Marta se quedó de mármol, y las lágrimas lentas que le arrancó la desesperación cayeron sobre las manos del viajero, que sonreía tristemente y murmuraba en voz baja frasecitas consoladoras, promesas de escribir, de volver, de recordar. Y como Marta, en su amargura, balbucía reproches, el huésped, con aquella voz de tenor dulce y vibrante, alegó por vía de disculpa:

-Bien te dije, niña que soy un viajero. Me detengo, pero no me estaciono; me poso, no me fijo.

Y habéis de saber que sólo al oír esta declaración franca, sólo al sentir que se desgarraban las fibras más íntimas de su ser, conoció la inocentona de Marta que aquel fatal viajero era el Amor, y que había abierto la puerta, sin pensarlo, al dictador cruelísimo del orbe.

Sin hacer caso del llanto de Marta (¡para atender a lagrimitas está él!), sin cuidarse del rastro de pena inextinguible que dejaba en pos de sí, el Amor se fue, embozado en su capa, ladeado el chambergo -cuyas plumas, secas ya, se rizaban y flotaban al viento bizarramente- en busca de nuevos horizontes, a llamar a otras puertas mejor trancadas y defendidas. Y Marta quedó tranquila, dueña de su hogar, libre de sustos, de temores, de alarmas, y entregada a la compañía de la grave y excelente reflexión, que tan bien aconseja, aunque un poquillo tarde. No sabemos lo que habrán platicado; sólo tenemos noticias ciertas de que las noches de tempestad furiosa, cuando el viento silba y la lluvia se estrella contra los vidrios, Marta, apoyando la mano sobre su corazón, que le duele a fuerza de latir apresurado, no cesa de prestar oído, por si llama a la puerta el huésped.
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Envíado por Concha Cardona Gamio
Enlace relacionado:  San Valentín en Café Literario

viernes, 7 de febrero de 2014

San Valentín, cuentos de amor y amistad... (5)

EN CINCO HORAS
Copyright 2014 Tania Santos
Publicado en el blog de la escritora: Luthierzebeth


En cinco horas él subirá a un avión y se alejará de mi.

Me siento triste y feliz al mismo tiempo. Feliz porque viajar siempre es gratificante, y con amigos y para aprender más sobre lo que le gusta hacer, y en otro país, las cosas aumentan de volumen y de emoción. Aún no se ha ido y ya le extraño. Por eso me siento triste. Me late aquí su mirada, sus palabras de despedida, su promesa de vuelta. Poco es el tiempo que se alejará, pero Cronos y Cupido juegan a las atrapadas con los corazones que añoran por diversión, y sé que un día que otro la eternidad se arrastrará en los minutos. Pero no estoy preocupada.

Esperaré. Los libros y las letras y las labores con sorbos de momentos familiares siempre son buenos compañeros de diversión.

Pronto lo veré de nuevo, y escucharé sus aventuras y desmanes que entre amigos siempre surgen.

Y me veo de nuevo frente a él: yo mirando sus ojos, y su risa iluminando mi alma.
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Envíado por Tania Santos
Enlaces relacionados:
10 razones por las cuales yo te amo, relato de la misma autora.
San Valentín en Café Literario              

San Valentín, cuentos de amor y amistad... (4)

10 RAZONES POR LAS CUALES YO TE AMO
Copyright 2013 Tania Santos
Publicado en el blog de la escritora: Luthierzebeth


Estábamos pasando una apacible tarde de domingo recostados en el sillón de la sala, mirando una de mis tantas películas. Yo estaba prendada a su cuello con mis brazos y me recostaba en su pecho mientras él jugaba con mi cabello, siempre curioso.

Habíamos hablado dos días atrás sobre las cosas que nos mantenían unidos, y fue que quise hacer para él una especie de “lista” en la cual enumerara yo las cosas que me gustaban de nuestra relación. Y me dije “muchas cosas que son propias de él (para conmigo) no sólo me gustan… ¡las amo!”

Con eso en mente, la noche del sábado anterior escribí una lista que iba de este modo:

10 razones por las cuales yo te amo
1.- Tu determinación cuando se te presenta un problema. Siempre tienes una estrategia para poner solución a las cosas.
2.- Tu risa. Siempre me sube el ánimo escucharte reír.
3.-Tu voz. Es suave cuando me hablas a mi, y fuerte cuando se trata de asuntos externos.
4.-Tus miradas. Me envuelven, me atrapan.
5.-Tus manos. Verlas tecleando tu computadora, o tocando la batería. Su fuerza, sus vetas ásperas y varoniles.
6.- La forma en la que me haces reír cuando estoy triste.
7.-Tus dulces amenazas cuando te planteo un reto jugando.
8.-Tus ojos. Son tenues, bonitos. El mar de miel en el que siempre quise nadar.
9.-Tu nivel de compromiso para conmigo.
10.-La forma tan peculiar que tienes para decirme, cada día y de una forma distinta, lo mucho que me amas.
En cuanto me enderecé un poco del sillón para estirarme, saqué la lista de la nada y se la di de frente. Él, confundido, me miró interrogante mientras tomaba la hoja doblada cuidadosamente y la leía. Mientras lo hacía, pude ver cómo cambiaba su expresión. Primero una gran sonrisa cuando leyó el título, y conforme iba pasando número a número, sus ojos se cristalizaron un poco (aunque lo disimuló bastante bien, no se me escapó la emoción de su mirada).

Me miró sin decir nada. No necesitaba que dijera algo para saber lo agradecido que estaba. Está en nuestro código ese nivel curioso de entendimiento cuando las palabras nos faltan o cuando las tenemos pero no podemos decirlas cuando la emoción parece desbordarse de nuestra alma.

Pero yo sabía. Y ahora él sabía las razones por las cuales yo lo amaba.
Y con eso nos bastaba.
Ese día concluí para mis adentros una cosa: el mundo parece completo cuando las preguntas parecen querer responderse solas.
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Envíado por Tania Santos
Enlaces relacionados:  En cinco horas, relato de la misma autora.

San Valentín en Café Literario

jueves, 6 de febrero de 2014

San Valentín, cuentos de amor y amistad... (3)

EL ELIXIR DEL AMOR VERDADERO
Copyright 2014 Olga Nuñez Miret
Publicado en el blog de la escritora: Just Olga 

La cosa duraba ya dos días y a Amelia se le habían acabado la paciencia y las ideas. Era cierto que quería encontrar novio y llevaba mucho tiempo sin salir en serio con nadie. Pero de ahí a que de repente todos los hombres con los que se cruzaba se la quedasen mirando, empezasen a decirle tonterías, y la siguieran por donde quiera que fuera, había un abismo.

Había esperado a que oscureciera para evitar tener a un pelotón de hombres siguiéndola por todas partes. Lo único que se le había ocurrido, después de consultar el internet sin encontrar ninguna respuesta, fue ir a ver a la abuela Petra. En su pueblo, Madejar, la abuela Petra era la autoridad en todo lo que se refería a la historia local, hierbas y pociones, cosas del corazón, folklore… Petra Gutiérrez era la versión autóctona de Google, aunque con mucho más estilo y color.

Al amparo de la noche e intentando no cruzarse con nadie Amelia llegó a la casa de la abuela Petra. Era una casona baja, tosca, que parecía arrancada a golpes de cincel de la colina de piedra en la que se apoyaba.

-¡Abuela Petra! ¡Abuela Petra! Soy yo, Amelia. ¡Necesito su ayuda!

-Pasa hija, pasa. Ya sabes que aquí siempre eres bienvenida.

Amelia entró en la casa, que parecía un museo de la vida rural de hacía un par de siglos, y encontró a la abuela sentada frente al fuego en la sala/comedor.

-Hola abuela.

Hola hija. Siéntate, siéntate. ¿Cómo vienes a estas horas con tantas prisas?

Amelia le obedeció, sentándose en una silla baja, y sin darle más vueltas al asunto fue directa al grano, como solía.

-Abuela, hace un par de días que me está pasando algo muy raro. Cada vez que salgo de casa todos los hombres se giran para mirarme, me echan piropos, me compran flores, me siguen a todas partes como perritos falderos… No sé qué les pasa a todos, pero no es normal. Y no me digas que soy muy guapa y que les gusto, que eso no me había pasado nunca antes, y sé que no es cierto.

La abuela Petra la miró fijamente y se quedó callada, reflexionando. Al final dijo:

-¿Hiciste algo fuera de lo normal hace un par de días?

-¿El jueves?... Nada que yo recuerde. Estaba repasando los papeles y ordenando cosas y… ¡Es cierto! Encontré unas cuartillas sueltas entre las cosas de mi madre. Recetas. Me preparé una de las tisanas.

-¿Recuerdas qué llevaba?

-De hecho no tengo ni idea.

-¿Qué quieres decir?

-En lugar de ingredientes lo que había en la receta eran símbolos. Me di cuenta de que correspondía a algunas de los frascos que tenía mi madre en su alacena de ingredientes. Y preparé la tisana.

-¿Y la tomaste sin saber lo que llevaba?

Amelia miró a la abuela Petra.

-Mi madre siempre me había dicho que no había venenos ni ningún ingrediente peligroso en su alacena…Ya sé que no me acuerdo de todo y que mi madre… murió hace años, pero de eso me acuerdo perfectamente.

El padre de Amelia era geólogo y trabajaba en explotaciones petrolíferas en el extranjero y le veía poco. Su madre había sido su roca, y la había criado casi sin ayuda. Por desgracia su madre…

Sintió que se le humedecían los ojos. La abuela Petra se levantó de la silla y abrazó a Amelia, estrechándola fuerte.

-Todos echamos de menos a Cristina. Tu madre era una gran mujer.

A pesar del tiempo que hacía que había muerto su madre, casi cinco años, Amelia se había resistido a guardar sus cosas y lo había dejado todo como estaba, hasta hacía unos días. El ayuntamiento estaba planeando unas obras de mejora de la calle donde vivía y le habían pedido unos documentos. Y durante su búsqueda se había tropezado con lo que parecían unas recetas, y un diario de su madre, aunque escrito usando un código que aún no había conseguido descifrar.

-Sí, pero ¿por qué escribir las recetas y su diario de una forma tan rara? Ni que tuviera grandes secretos que ocultar.

La abuela Petra suspiró profundamente y se volvió a sentar. Fijó su mirada en el fuego.

-De hecho…Hay muchas cosas que tú no sabes de tu madre.

-¿Qué quieres decir?

-Si quieres saberlo todo…tendrías que ir a ver a la mejor amiga de tu madre. Manuela.

-¿A Manuela? ¿La madre de Fran?

-Sí, la madre de Paco.

Amelia y Francisco (al que todos llamaban Paco, aunque ella siempre le había llamado Fran) habían sido muy amigos de pequeños. Sus madres se conocían desde la escuela y ellos jugaban juntos mientras sus madres charlaban, cocinaban, trabajaban…

-¿Le has visto? Paco está visitando a sus padres. Está de vacaciones. Ha venido muy guapo -dijo la abuela Petra.

-No. No le he visto. Hace tiempo que no nos vemos…

Muy guapo…Desde luego. De pequeño Fran era un niño torpe, delgado como un fideo, siempre despeinado y desaliñado. A Amelia su aspecto nunca le había importado mucho, y aunque no era el chico más popular de la escuela, se divertían juntos un montón. Leían historias, jugaban interpretando a los personajes de la tele, ideaban aventuras imaginarias, y estudiaban y hacían los deberes. Eran inseparables. Un verano, cuando tenían unos 17 años, Fran se fue de vacaciones a la costa con sus tíos y al volver no parecía el mismo. Alto, moreno, vestido a la última, y musculoso. De repente todas las chicas se echaban a sus pies, se volvió don popular, y se le subieron los humos a la cabeza, o eso le pareció a ella. Siempre estaba ocupado, nunca tenía tiempo para verla, y al final…

-Pues si quieres enterarte de qué está pasando y encontrar una solución, Manuela es la clave.

-¿No me vas a decir nada más?

-Ve a ver a Manuela. Estoy segura de que ella te lo podrá explicar todo. Y además, ya va siendo hora de que hagas las paces con Paco.

-Yo no….

-No, no me digas que no os habéis peleado. Eráis inseparables y como me has dicho antes, ahora ni os habláis. A menos que quieras seguir con todos los hombres con los que te cruces persiguiéndote, más vale que vayas a ver a Manuela.

-Me lo pensaré.

Amelia se encaminó a la puerta pero se detuvo antes de abrirla. Había mucho ruido, como si hubiera una multitud de gente fuera, o un enjambre de abejorros. Miró por la ventana y vio a un montón de hombres, en vilo, esperándola.

-¿Puedo salir por algún otro sitio?

-Por la puerta de la cocina… -la abuela Petra soltó una risotada-. Entonces parece que al final vas a ir a ver a Manuela, ¿no?

Amelia se encogió de hombros y echó a correr hacia la cocina. Salió a paso ligero para evitar que la pillaran los hombres que se habían acumulado fuera de la casa de la abuela Petra. Tenía que ir con cuidado ya que no les daría el esquinazo por mucho tiempo.

La casa de Pedro y Manuela Márquez, los padres de Francisco, estaba al lado de la iglesia, a unos cinco minutos de la casa de la abuela Petra. Amelia llegó allí sin aliento y se puso a golpear la puerta con rapidez.

-¡Por favor! ¡Por favor! ¡Abrid!

-¿Pero qué pasa?

Francisco abrió la puerta. A pesar de lo desesperado de la situación, Amelia no pudo evitar una profunda inhalación cuando vio a su amigo de infancia. La abuela Petra tenía razón. Estaba buenísimo. Él le ofreció una sonrisa de oreja a oreja.

-¡Amelia! ¡Cuánto tiempo!

-Hola Fran. ¿Está tu madre?

La expresión de Francisco cambió a una seca y dura.

-Sí. Está dentro. Pasa.

-Cierra la puerta. Si no lo haces vas a tener la casa invadida de hombres.

Francisco la miró con cara de sorpresa pero ella no tenía ganas de explicaciones. O bueno, sí, pero no en aquel momento. Mientras se dirigía hacia la cocina, de donde se oía salir el sonido de una radio, Amelia se preguntó si quizás se habría acabado el extraño poder que había adquirido sobre los hombres, ya que Fran se había comportado de forma completamente normal con ella. O eso o era inmune. Golpeó la puerta de la cocina con los nudillos.

-Pasa, Amelia.

-¿Cómo sabías que era yo?

Manuela la miró y sonrió. Aunque físicamente no se parecían demasiado, ya que Manuela era alta y morena y su madre bajita y de pelo castaño, a Amelia siempre le recordaba a su madre, y esa era otra de las razones por las que no se había pasado mucho por allí.

-Te estaba esperando. He oído que te has convertido en un imán para los hombres.

-La abuela Petra tenía razón. Me dijo que tenía que venir a verte y que tú me contarías algo sobre mi madre que lo explicaría todo. No sé yo…

-Siéntate, Amelia, y dime qué pasa.

Amelia se lo explicó todo.

-Entonces, ¿qué me dices? ¿Qué es eso tan importante que tú sabes sobre mi madre?

-No sé si crees en… la sabiduría tradicional, cosas fuera de lo corriente, que no se pueden explicar fácilmente ni racionalmente…

-¿De qué estamos hablando? ¿De vampiros, hadas, hombres lobo…? -dijo Amelia, medio riéndose.

-No… -dijo Manuela-. Estamos hablando de hechizos y brujería…Blanca, eso sí.

-¿Quieres decir que mi madre era una bruja? ¿Estás de broma?

-No. Quiero decir que las dos tenemos… teníamos, una habilidad especial, y sabemos cosas sobre hierbas, pociones…

-Eso es ridículo.

-En absoluto. Utilizábamos un lenguaje especial, un código para escribir sobre nuestras experiencias. Si quieres te puedo ayudar a descifrar su diario y las recetas. Sospecho que tú debes haber heredado la habilidad. Y yo tengo guardados libros de hechizos y pócimas de nuestras abuelas y tatarabuelas. Nos viene de familia. De hace muchos años. Solo a las mujeres de las dos familias.

Amelia no estaba dispuesta a creerse nada de aquello.

-Si fuera verdad algo habría oído. Todos los pueblos tienen sus leyendas e historias. Jamás he oído nada sobre Madejar.

-Nosotras y nuestras familias siempre fuimos muy discretas.

Amelia seguía sin creerse nada.

-Entonces, según tú, ¿por qué me está pasando esto?

-No lo he probado nunca, pero esta “tisana” de la que me has hablado tiene que ser el elixir del amor verdadero.

-¿El qué?

-El elixir del amor verdadero. Toda persona del sexo opuesto que se cruce contigo caerá rendido a tus pies.

-¿Y cuánto duran sus efectos?

-Un mes, más o menos, pero estoy segura de que existe un antídoto y creo que está en uno de mis libros. Lo preparo esta noche y te lo llevo mañana por la mañana. Cuando veas que funciona te darás cuenta de que tengo razón.

Amelia asintió y se dirigió a la puerta. Giró el pomo, pero se quedó pensando.

-¿Qué te pasa? -preguntó Manuela.

-Me estaba preguntando para qué sirve esa poción. Lo entendería si se la dieras a alguien que te gustara para que se enamorara de ti, pero hacer que todos los hombres se enamoren temporalmente de ti por una poción… Eso no es amor verdadero. No entiendo ni para qué sirve, ni el nombre.

Manuela se rió.

-No es por eso por lo que se llama así. Es cierto, el elixir tiene ese efecto en todos los hombres, pero no tiene efecto alguno sobre un hombre que esté enamorado de ti de verdad. Si alguien está enamorado de ti de veras, se comportará como siempre se ha comportado contigo.

-O sea que sirve para distinguir el amor verdadero de una mera ilusión, de un capricho.

-Precisamente.

Amelia salió de la cocina, andando muy despacio. Se paró delante de la habitación de Francisco, que no parecía haber cambiado nada en los últimos años. Llamó a la puerta.

-Fran…

Él abrió la puerta.

-Creí que solo habías venido a ver a mi madre.

-Sí. Perdona, pero necesitaba un consejo urgente. Pero hace tanto que no te veía. Desde que te fuiste a trabajar a la capital.

Francisco estaba de pie, con la puerta entreabierta y cara de pocos amigos.

-Te escribí. Te envié mi correo electrónico. No te dignaste a contestarme -dijo él.

-Te iba a enviar un texto por tu cumpleaños, pero… Estaba segura de que tendrías otras cosas que hacer.

Francisco la miró a los ojos.

-Siempre he tenido tiempo para ti. Pensases lo que pensases.

-Siempre te veía tan ocupado, incluso antes de que te fueras…

Francisco suspiró y la expresión de su cara se transformó en una de tristeza.

-Volví de aquellas vacaciones con mis tíos, y de repente… empezaste a comportarte de una forma muy rara conmigo. No sé porqué. Todo lo que yo hacía te parecía mal… Es cierto que gente que nunca se había fijado en mí empezaron a reírme las gracias, pero a mí eso me daba igual.

Amelia se quedó mirando a Francisco. El elixir no parecía ejercer ningún efecto sobre él. Y si Manuela tenía razón, eso solo podía querer decir que…

-Perdóname Fran. Tienes razón.

-Entre tú y yo no hace falta pedir perdón.

-Fran…

Francisco y Amelia se quedaron embobados mirándose el uno al otro. Un carraspeo de Pedro, el padre de Francisco que se les había acercado sin que ellos se dieran cuenta,  les hizo volver en sí.

-¿Te quedas a cenar, Amelia? -preguntó Pedro mirándola con una expresión muy peculiar-. Otra víctima del elixir -pensó Amelia.

-Gracias, pero hoy no puedo. Algún otro día.

-¿Por qué no nos vemos mañana? -sugirió Francisco. 

 -Me encantaría. 

Amelia hizo un amago de salida por la puerta delantera para despistar a sus seguidores y finalmente salió por la puerta del jardín. Llegó a su casa cansada pero feliz. No estaba segura de cómo se sentía sobre un posible legado de brujería y hechizos, pero le agradó saber que el amor verdadero no necesitaba de elixires. Y también comprobar que la amistad es el mejor cimiento del amor.
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Envíado por Olga Nuñez Miret
Enlace relacionado:  San Valentín en Café Literario

miércoles, 5 de febrero de 2014

San Valentín, cuentos de amor y amistad... (2)

FLEXOS
Copyright 2009 Iván Hernández
Cuento incluido en la antología Alma ebria y otros relatos perdidos

Corazones que laten en silencio…
 
Protegía tanto mi cotidianidad que nunca hubiese imaginado esto. Qué tonto se siente uno cuando cada día, durante unos pocos minutos, vive despierto en un sueño. Pensaréis que mi existencia vale poco si con algo tan mínimo consigo evadirme. Pero antes de nada, he de recalcar una cosa: soy feliz. Y pronostico que lo seguiré siendo. He atravesado la barrera de los cincuenta. He vivido la incertidumbre de los diez, el sexo de los veinte, la estabilidad de los treinta, la calvicie de los cuarenta y mis primeras revisiones de próstata. Tengo una vida a mis espaldas, con sus más y sus menos, con sus problemas multiplicados y mis ingresos divididos entre el tinte de las raíces cuadradas que mi mujer se pone en una peluquería -donde cree tener amigas-, y los estudios de mis hijos en países que yo cuando era pequeño no sabía ni localizar en una mapa. Una familia ya formada, bien cimentada, alejada de prejuicios y tabúes. No hay secretos entre mi pareja y yo. Excepto éste: me he vuelto a ilusionar y no sé por qué. 

Podríamos diferenciar entre dos vidas muy distintas dentro de la oficina, ambas con el mismo intérprete: yo. Por la mañana, de 9 a 6, soy un simple número sin más. Nunca he aspirado a mucho, es cierto, pero lo que hago lo hago bien, o al menos eso creo. Cumplo las expectativas que mis jefes tienen conmigo. Soy limpio, disciplinado y serio. Nunca doy problemas. Cierto es que discuto las cosas que me importan, pero sin alzar demasiado la voz. No intento imponer mi verdad y me muestro cauto entre mis compañeros al expresar mis opiniones sobre temas espinosos. No sé qué imagen tendrán de mí, pero seguramente no sería la misma si supieran que cada vez que la veo a lo lejos, el corazón se convulsiona, estalla y se desparrama por mi interior, haciendo temblar hasta el más recóndito hueco de mi alma. Qué bonita es!", me digo siempre que busco algo en el cajón; algo que no existe, para que la gente no me vea suspirar. Pensarían que me he vuelto loco.

Voy a hablaros de ella. Sé que estáis impacientes por saber por qué es tan especial para mí. Pues lo es, simplemente, porque no lo es para los demás. Me explicaré: roza los cuarenta, pero eso es sólo un frío número que sella las arrugas e impacienta a la muerte. Para mí, ella es atemporal. No es la típica mujer cuyo atractivo es inversamente proporcional al largo de su falda, ni directamente proporcional al tamaño de sus senos. Su bandera invisible es la dulzura que reparte sin darse cuenta en cada uno de sus gestos, creyéndose introvertida cuando con su sonrisa conseguiría ser presidenta del universo. Pensando que nadie la observa, cuando debería aparecer en las enciclopedias justo debajo de la definición de belleza, de guapa, de perfecta... De hecho no haría falta definición, se la podrían ahorrar y poner su foto más grande, o incluso desplegable.

Pensaréis que soy un demente exagerado. Quizá sí, quizá haya sido yo el que ha imaginado algo que no existe, o maquillado una realidad sólo para sentirme recién salido del horno. Pero no puede ser. Yo nunca sugeriría a mi mente dibujar esos bucles dorados cayendo sobre sus hombros, ni un verde descubierto en un claro de luz de la selva amazónica para pintar sus ojos. En mi oficina, de hecho, no creo que haga falta ventilar porque cuando ella llega, me invade una brisa de un frescor indescriptible.

Pero miradla por favor.

Nadie mira, ¿sólo yo me quedo embobado? ¿Estáis todos ciegos?

Cada año que pasa es más mágico...

En primavera, cuando se apaga el frío, me visita a diario un rayito acompañado de un jardín infinito. Sus labios, bajo la luz blanca de los fluorescentes, adquieren un rosa pálido y natural, y sobrevuela los pasillos como pétalos de rosa recién desprendidos por la fuerza del viento. Como su piel, nieve polar como último vestigio del invierno. No existe ni un pequeño atisbo de maquillaje sobre ella. Ni en sus ojos, bajo los cuales viven dos ojeras de lunes mañanero. Tampoco en sus mejillas, encendidas simplemente porque su corazón tiene la inmensa suerte de hacerla vivir.

Se descubre el resto de su cuerpo cuando el calor se intensifica. De pechos generosos pero ocultos, que bailan bajo una blusa que cuelga de sus hombros desnudos, y que se transparenta cuando ella no se da cuenta. Mis aliados los flexos de mesa. Os adoro. A los flexos y a sus pechos. Una vez coincidimos en un ascensor abarrotado y me rozó con ellos. Yo, serio y cabizbajo, me estremecí y corrí por mil campos de libertad a la velocidad de la luz. No te despegues nunca de mí, le imploraba invisible. Pero esa maldita campanita sonó. Se abrieron las puertas del infierno; ella partió entre la muchedumbre estresada, y yo, inmóvil, pétreo, recordé el momento. El ascensor se rió en mi cara y me devolvió a la planta baja.

A finales de septiembre todavía se forman corrillos de personas ansiosas por ver las fotografías de las vacaciones de los demás. Unos para criticar, otros para envidiar y algunos para sentirse parte de la manada. Ella, en cambio, nunca muestra nada de su privacidad. Su timidez la vence una y otra vez. Y a la vez que ella opta por colores ocres, que la convierten en una musa renacentista a los ojos de cualquier artista con un mínimo de emoción, me doy cuenta de que el otoño la acompaña.

La miro cuando abandona la oficina, y siento cómo todo se queda tan vacío que muero por un instante. Me acerco a la ventana disimuladamente y veo cómo atraviesa el parque cercano, mimetizándose con mares de hojas, convirtiéndose en escultura inmortal. Algún día un barrendero se la llevará, porque es parte de la belleza natural de tan caduca época. Y claro, es difícil distinguir entre una hoja palmada y una estrella del cielo.

Cuando el frío invade sus huesos, se oculta en una madriguera de abrigo, bufanda y gorro, y sólo deja ver parte de su cara, como una liebre temerosa por los depredadores, mirando de un lado a otro con su cabello ondulado, que se desliza como lava de un volcán en erupción sobre las laderas de su cuerpo. La escena, hasta que se quita y cuelga el abrigo, sólo dura unos treinta segundos, pero yo he aprendido a ralentizarlo tanto que podrían ser treinta y uno; ese segundo de más es el que yo uso para respirar.

Pero una cosa que he asumido durante mi experiencia profesional es que todo llega a su fin. Los proyectos, el papel de la impresora, las grapas… e incluso ella. Sé que un día se irá a un sitio mejor o, quizás, a mí me despedirán. O me jubilaré y la dejaré aquí, y será imposible volver a verla a menos que me convierta en barrendero y la secuestre en otoño como parte de mi colección de hojas marchitas.

Sé que esto no es amor. Es algo extraño. No pienso en ella a todas horas, ni proyecto mis deseos en fantasías inconfesables. He llegado a una conclusión con la que quizás me engañe, pero que me hace permanecer cuerdo en mi mundo perfecto: yo no la quiero, la adoro. Pero no daría mi vida por ella ni escaparía hasta el fin del mundo si me lo pidiese. No la necesito para avanzar, pero sí me hace amar la vida por todo lo que me ofrece.

Bueno…, olvidé hablaros de su voz, de su risa, de cómo es su pelo mojado cuando se le olvida el paraguas y llega nerviosa a la oficina, porque sabe que todo el mundo le preguntará entre risas qué le ha pasado... Pero es mejor así, pues si lo hiciera, la oficina se llenaría de currículum vitae en los que en el apartado de aspiraciones personales escribiríais: vivir. Y no es plan, no. No hay flexos para todos.
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Envíado por Iván Hernández
Enlace relacionado: San Valentín en Café Literario


lunes, 3 de febrero de 2014

San Valentín, cuentos de amor y amistad... (1)

MARRY ME

San Valentín en Café Literario

Desde hoy 3 de febrero y hasta el día 12, con el título de San Valentín, cuentos de amor y amistad..., iremos publicando, en este blog, las aportaciones literarias de los miembros del grupo.
+info: https://www.goodreads.com/topic/show/1647626-san-valent-n-cuentos-de-amor-y-amistad#comment_90291528

sábado, 1 de febrero de 2014

Mi Opinión - El secreto de Las Margaritas

Hoy opino de: El secreto de Las Margaritas, de Purificación Estarli.

...Deshojando sentimientos...

Sinopsis:  Si alguien le hubiera dicho a Nuria Velo que su matrimonio iba resultar nulo, no se lo hubiera creído. Nada más casarse con el cirujano Álvaro Darsel e irse a vivir a Las Margaritas, un palacete a las afueras de Madrid, comenzó a deteriorarse su relación, hasta que descubrió el mayor de los secretos de su marido y por el que se anularía su matrimonio.

Nuria, abogada de profesión, encuentra el verdadero amor que llenará el vacío de su corazón cuando se tropieza en un bar del centro de Madrid con Ángel, el hombre de sus sueños.

"El secreto de Las Margaritas" es una novela juvenil, de ficción contemporánea y estilo literario "chick-lit", en la que se combinan las segundas oportunidades de ser feliz con los secretos y las mentiras. Una historia de fortaleza de una mujer actual con un tema social polémico entre sus páginas.

Mi Opinión:
El secreto de las Margaritas es una novela que merece la pena leer. Aun sin ser una gran obra, te engancha hasta el final y tras terminarla te deja con ese buen sabor de boca de no haber perdido el tiempo, satisfecho con momentos que te harán sonreír, odiar y llorar, con una buena introducción en la trama y descripción de los personajes cuyas personalidades se mantienen generalmente constantes a lo largo de la historia.

Si empiezas esta novela, mi consejo es que le des una oportunidad hasta al menos 3 capítulos, ya que, al igual que al deshojar una margarita debes llegar al final pues la caída de los primeros pétalos no dicen nada, con esta novela ocurre algo similar. Creo que sería este el punto más negativo, el principio. Demasiada incursión en detalles que cansa un poco en su lectura. Aunque después empieza a tomar un ritmo cada vez mayor hasta llegar a un final apoteósico que esperas con ansiedad y que es capaz de arrancarte alguna lágrima o, en todo caso, provocarte un nudo en el pecho no te lo quita nadie.

Para mi gusto, algunos capítulos parecían demasiado largos. Y quizá me sobren algunos diálogos que no me aportaban mucho. Pero esto no deja de ser simples gustos en la lectura, detalles que, sin embargo, no hacen que descarte leer una novela pues tampoco me gusta estancarme en ningún estilo ni género.

Si tuviese que elegir un capítulo para enmarcar, sin duda ¡¡el capítulo 12 es sublime!! Pero no voy a contar nada más, tendrás que descubrirlo por ti mismo.

Lo que está claro, es que Purificación Estarli ha entrado en mi lista personal de autores para quedarse y, estoy seguro que, su siguiente novela mejorará la presente confirmo que su siguiente novela, "Las arrugas del tiempo", ha mejorado con creces la presente, de la que ya opinaré en otro momento.

Más información de la obra:
Blog de la autora: http://loslibrosdepuri.blogspot.com.es/
De venta en Amazon

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